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Por: Margarita Rosa de Francisco
Si alguna vez tuve ídolos, siempre fueron profesores. Desde muy joven sentí verdadera reverencia por aquellos que hacían de su misión una práctica creativa, arriesgada, aventurera, divertida. Solo basta un maestro apasionado para que cualquiera quede motivado de por vida hacia algún saber. A mí me pasó con pocos, pero ellos fueron suficientes para enseñarme, más que el contenido de las materias que les correspondían, que ser docente es de las profesiones más bellas y entrañables que hay.
Enseñar en un aula de clases puede significar mucho más que transmitir un conocimiento. Por mi profesora de historia en tercero de bachillerato, Raquel Rey, aprendí que enseñar también podía ser un acto de seducción, esa palabra peligrosa que en el caso de ella se refiere a un tipo de picardía que aplicaba a la forma de narrar el cuento del pasado humano, esa fábula de amor y terror subyugante y horrible que, sin pretenderlo, en su discurso adquiría una cualidad lírica, quizás poética, cuando ella misma, maquillada como para ir a una fiesta y vestida de colores, nos lo compartía emocionada, como si hubiera estado presente en cada triunfo y en cada rendición de sus héroes y villanos.
Enseñar con el propósito de lograr que otros aprendan también podría ser un intento de provocación. Por mi profesor de arte dramático Juan Carlos Corazza aprendí que enseñar también quería decir eso, provocar, subvertir, estremecer, movilizar, “incomodar” para producir en sus alumnos la urgencia de pensar y resolver por sí mismos. Su gran generosidad no consistía en darnos las respuestas, sino en impulsarnos a seguir preguntando.
Con él aprendí a no temerle al conflicto (sin eso, los actores no tendríamos cómo trabajar), sino a agradecerlo y a verlo como una oportunidad de ir a las raíces de la medular contradicción humana; de ese modo me mostró que enseñar es problematizar a fondo, lanzarse a proponer métodos fuera de lo instituido para crear una distancia crítica frente a cualquier estructura fija de pensamiento.
Los maestros son fundamentales en la vida de un ser humano, lo marcan hondamente y de muchas maneras. Aunque un alumno ávido aprende de cualquier modo, ojalá se dedicaran a enseñar solo los que aman su quehacer; no tienen idea de cuánto sentido ético ese solo hecho puede sembrar en el corazón de quienes les atienden; hasta en el de los estudiantes más desagradecidos.
Fecha:
03 de Diciembre de 2018 Lugar: Regresar |
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